Los diseñadores de empaques logran hazañas increíbles: satisfacer simultáneamente a quisquillosos líderes de empresas, a consumidores caprichosos, sin olvidar ¡a los locos de mercadeo! Definitivamente merecen un aplauso pues ejecutan un difícil acto de malabarismo.
Pero hay algo más que tienen que considerar.
Los empaques que diseñan, en su mayor parte, tienen un solo uso. El trabajo del diseñador de empaques es el resultado de innumerables horas en reuniones, diseños, rediseños, construcción de herramientas, duras batallas, entre muchas otras cosas. Es como estar en primera línea en el campo de batalla para garantizar que los productos de su empresa sean vistos y apreciados por el mundo. Equivale a la zancada final de una maratón que comenzó con una idea del producto, seguramente sometido a pruebas entre consumidores, y cuya historia se acaba cuando alguien decide tomar uno de sus productos de la estantería y comprarlo.
Pero una vez se desprende la envoltura, se desocupa la botella, su utilidad se acaba; es el fin de la historia. Algunas porciones del empaque se reciclan y muchas otras no. De cualquier manera todo el valor de marca que los diseñadores han puesto en el producto se está desperdiciando.
¿Quieren oírlo de nuevo?
Sí, cuando su empaque no cuenta con una solución de fin de vida, típicamente se debe a torpeza o negligencia de su diseñador. Recurrir al supra-reciclaje para convertir su envase en un nuevo producto, y en muchos casos utilizar directamente el empaque en su forma original para fabricar bienes duraderos, retiene este valor de marca por mucho más tiempo que el que implica, simplemente, tener un envase para un solo uso.
Diseñar para el reciclaje es una idea noble que debe promoverse pero, con un rango bastante limitado de materiales, conseguir que se recicle en todo el mundo no es siempre posible. O, en el caso de los empaques de alimentos, no es seguro.
Por el ahorro de recursos que genera (financieros y ambientales), ha llegado el momento de diseñar para la reutilización, cuando sea posible, y de supra-reciclar cuando no lo sea.
En los dos casos el diseñador está beneficiando a la empresa gracias a que extiende la presencia del empaque en la vida de un consumidor, mostrando así que su esfuerzo va más allá de la venta, y que ha cumplido bien su parte de mantener los residuos lejos del relleno sanitario o, mejor aún, prevenir que sean arrojados al suelo como basura.
¿Existe algún inconveniente para que los diseñadores cambien o amplíen su forma de pensar sobre los empaques? Sí, que podría costar más. O que podría demandar mayor tiempo y recursos en su implementación.
Por supuesto, a veces somos muy buenos para justificar el por qué no. En esta economía, y de hecho en cualquier momento, yo sugeriría que nos volvamos mucho menos expertos en el campo de la negación y empecemos a encontrar maneras de decir sí. Esto nos serviría para crear soluciones de empaques que consuman menos, ahorren más, sirvan bien a los clientes y vivan más allá de su primer uso. Esto es, en mi opinión, lo único sensato que puede hacerse.
¿Qué piensa? Desde las trincheras del diseño de empaques ¿dónde ve oportunidades de mejoramiento? ¿Dónde están los baches en el camino? ¿Cuáles son las soluciones posibles? ¿Conoce algunos éxitos recientes para imitarlos o aprender de ellos? Salte a la sección de comentarios, debajo.