El mito de la biodegradabilidad (Parte 3): por qué los bioplásticos durables, no biodegradables, pueden ser la respuesta

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Para concluir esta serie sobre los bioplásticos y la biodegradabilidad de los productos y envases de plástico (o la falta de ella), quiero discutir el futuro de lo que considero como una de las únicas alternativas viables a los plásticos derivados de recursos no renovables: los bioplásticos duraderos.

La palabra clave aquí es duradero, porque los plásticos biodegradables de cualquier composición no son la solución sostenible a largo plazo que necesitamos. Cuando se composta un vaso de plástico biodegradable, ese polímero no puede volver a utilizarse y mantenerse, lo que significa que todos los aportes de energía y de materiales se pierden en el suelo. Pueden tener sentido en determinadas circunstancias, en particular en países que tienen grandes volúmenes de vertidos de residuos orgánicos. La India es un buen ejemplo, pues alrededor del 50 o 60 por ciento de los residuos enviados a los rellenos sanitarios es orgánico y podría convertirse en abono, pero solo como una estrategia de reducción de residuos a corto plazo.

Los bioplásticos duraderos que pueden reciclarse nos ofrecen una oportunidad más viable para mitigar la dependencia de los plásticos derivados del petróleo aunque, siendo realistas, contrarrestar nuestra dependencia de los polímeros de petróleo requiere en primer lugar la disminución de la demanda global de plástico. Tan solo en 2015 consumimos aproximadamente 300 millones de toneladas de plástico. Para poner esto en perspectiva, en 2013 la capacidad de producción de bioplásticos en todo el mundo fue de 1,6 millones de toneladas métricas, que cubren alrededor de 600.000 hectáreas de tierra (una hectárea = 10.000 metros cuadrados). No resulta difícil calcular la cantidad de tierras de cultivo adicionales que necesitaríamos para obtener la materia prima de bioplástico que se requiere para satisfacer la demanda actual de plástico.

Sin no se da una disminución de la demanda, resulta obvia la manera como podría afectarse la producción de alimentos en todo el mundo. Tomemos por ejemplo los problemas causados por el aumento del etanol derivado del maíz en Estados Unidos. En 2000, el 90 por ciento del maíz cultivado en Estados Unidos se utilizó para la alimentación humana y de ganado. En 2013, solo el 60 por ciento se destinó a alimentos y pienso para el ganado, mientras que el 40 por ciento fue a la producción de etanol. Una mayor demanda de materias primas como el maíz y la caña de azúcar para la producción de bioplástico solo agravaría este problema, invadiendo aún más el área de la producción de alimentos. La única manera de mitigar esto es reduciendo el consumo y la demanda de todos los plásticos.

La reducción de la demanda representa un desafío debido a la ubicuidad de plástico. Aun así, los consumidores, los fabricantes y las entidades gubernamentales pueden ayudar a disminuir su uso. Educando al público, por ejemplo, podríamos crear una mayor población de consumidores conscientes que leen las etiquetas y toman decisiones de compra más sostenibles. Los incentivos gubernamentales, tales como gravar los materiales o la prohibición de ciertas formas de envases de plástico, pueden ser incluso más eficaces. Los fabricantes podrían además aumentar la eficiencia de la producción y reducir a la vez el uso de plástico al hacer más livianos los empaques de los productos.

Con una demanda más manejable para el plástico, el cambio a los bioplásticos y a los plásticos procedentes de materias primas renovables se vuelve mucho más viable. Esto también nos daría la oportunidad de desarrollar una infraestructura más completa de reciclaje de bioplástico, algo que evidentemente no existe hoy en día. Actualmente, la mayoría de los bioplásticos son considerados como contaminantes en los flujos de reciclaje, es decir, los consumidores todavía no pueden colocarlos en sus contenedores azules para reciclaje. Pero a medida que el plástico a base de plantas se haga más popular entre los fabricantes, los incentivos para el desarrollo de procesos de reciclaje para ellos aumentan. Al construir esa infraestructura de reciclaje, podríamos mantener los bioplásticos que producimos y limitar a la vez la necesidad de un nuevo polímero. Con el tiempo, mitigaríamos considerablemente (y de manera sostenible) el uso de plásticos derivados del petróleo.

Tenemos una obsesión por el plástico, y esta no va a desaparecer. Aun así, la necesidad de reducir el consumo de materias primas finitas, no renovables solo va a intensificarse con el paso de los años. La respuesta no se encuentra en los plásticos que se biodegradan, que tienen aplicaciones extremadamente limitadas (y de corto plazo). Los bioplásticos durables que pueden ser reciclados y reprocesarse una y otra vez nos dan la oportunidad de llevar finalmente al mercado del plástico más allá del petróleo —el recurso no renovable e insostenible preferido por la humanidad—, de una vez y por siempre.

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